Desde tiempos remotos, dado el escaso espacio del que disponían los ciudadanos para su esparcimiento, a causa de la angostura del trazado urbano de un Cádiz cercado por las murallas defensivas, las azoteas de los edificios gaditanos se convirtieron en el lugar de recreo familiar, zona de estancia y juegos desde donde se podía disfrutar al sol de las vistas del caserío circundante, de parte del mar abierto, de la bella bahía y del paisaje de tierra adentro. Paralelamente, y con una función de observación y vigilancia marítima, se elevaron sobre ellas cientos de pequeñas torres-miradores, auténticas joyas constructivas en muchos casos, las cuales os queremos mostrar en este reportaje.
Un observatorio marítimo.
La utilización de tan estimada zona del hogar para el divertimento, como era la azotea, era aprovechada también por el cabeza de familia para vigilar, ayudado de su catalejo, el tráfico marítimo relacionado con sus intereses comerciales. El asiduo uso de la azotea debió de inspirar a alguno de aquellos comerciantes con Indias a construir sobre ella un observatorio particular y permanente, desde donde poder otear con mejor perspectiva, de forma discreta y al resguardo de las inclemencias del tiempo, las arribadas de los barcos que transportaban sus mercancías desde el Nuevo Mundo, así como aquellos otros fletados por la competencia.
Esta innovación, seguida de forma mimética por los demás comerciantes, hizo desde entonces que estas construcciones fuesen una peculiaridad del paisaje urbano gaditano.
Unos renglones de historia.
Las primeras torres – miradores que se levantan en la ciudad, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días, datan de la segunda mitad del siglo XVII. Las más antiguas que aún podemos admirar son las que rematan ambos lados de la fachada principal de la llamada Casa del Almirante, mandada construir en 1685 por el almirante de la Flota de Indias don Diego Barrios y ubicadas en el Barrio del Pópulo, el más antiguo de Cádiz.
El gran auge constructivo de estos miradores se genera a lo largo del siglo XVIII, al que se suele denominar “siglo de oro gaditano”. Cádiz vive en esa época de manera primordial del comercio con las llamadas Indias Occidentales, al ser trasladadas en 1717 a esta ciudad desde Sevilla la Casa de Contratación y el Consulado de Indias.
A la burguesía gaditana dedicada a dicho comercio se le suman ciudadanos genoveses, bretones, flamencos, vascos… muchos de los cuales, optan por coronar sus casas con estas representativas atalayas.
En la maqueta de Cádiz, conservada en el Museo Municipal de las Cortes de Cádiz (obra de artesanía digna de ser contemplada), construida por mandato de Carlos III entre 1777 y 1779, se contabilizan hasta 160 de estas torres, número proporcionalmente alto si consideramos los edificios existentes en aquella época en la ciudad.
La mayoría de los viajeros que acudían a Cádiz lo hacían por vía marítima, lo que les permitía gozar de las efectistas vistas de un casco urbano blanco luminoso, salpicado por una sinfonía de colores en forma de banderas y gallardetes que, danzando al viento sobre los altos mástiles que se erguían en las torres-miradores, eran la señal identificativa y muestra de poderío de los llamados cargadores a Indias, propietarios de las ampulosas casas donde se ubicaban. Esto solo resultaba posible en una ciudad donde, desde 1745, el Cabildo Municipal limitaba a diecisiete varas (menos de quince metros) la altura de los edificios.
Tipos y características de las torres-miradores.
Las torres-miradores, herederas de aquellas que la costumbre musulmana acostumbraba a incluir en sus edificios civiles, son un claro elemento identificativo de las construcciones dieciochescas gaditanas.
Nacidas todas con el objetivo que hemos descrito con anterioridad, existen claras diferencias, en algunos casos notables, en sus formas y estructuras. Las torres se agrupan en tres grandes grupos: de terraza, de sillón y de garita. Una cuarta modalidad, que no grupo, ya que en la actualidad solo se conserva un ejemplar de esta características, es la de sillón y garita, resultante de superponer a la torre de sillón la garita, con la única intención de conseguir más altura.
La torre de terraza es de planta normalmente cuadrada, con una elevación que suele ser a dos alturas y con pretiles de diversas facturas.
La torre de sillón constituye el tipo con elementos más uniformes y pocas peculiaridades que las diferencien entre ellas. Consiguen el doble objetivo de alcanzar gran altura sin añadir mucho peso a la estructura del edificio, al reducir a la mitad o menos su última planta, lo que le hace mostrar su perfil semejante a un sillón, de ahí su denominación.
El tipo más extendido, por ser la innovación que mejor cumplía el cometido para la que fue concebida, es la torre de garita. Garitas que emulan a las de las construcciones militares y religiosas; de planta normalmente octogonal, permitían a sus dueños observar el tráfico marítimo introduciendo el catalejo por los pequeños vanos practicados en sus paredes o en la cúpula.
Los elementos arquitectónicos decorativos como pináculos cerámicos, molduras, pilastras, muretes alternando rectas y curvas (mixtilíneos) y la decoración pictórica, con dibujos geométricos o de lacerías de inspiración mudéjar, de color rojo almagra y hoy en gran parte perdida, contribuyen a reafirmar más si cabe el carácter de exclusividad de las torres – miradores gaditanas.
Viajeros y testigos de la historia.
Muchos viajeros ilustres que visitaron Cádiz en el pasado nos legaron sus testimonios con referencia a estos miradores, algunos de los cuales transcribimos.
Alexander Slidell <>. Un año en España. 1831
“En Cádiz(…). casi todas las casas tienen una torre donde, cuando refresca la tarde , la gente acomodada se reúne para disfrutar de la vista y echar a volar cometas, diversión por la que sienten igual pasión hombres, mujeres y niños”.
Blanco White. Cartas desde España. 1822
“Es una belleza impresionante la vista que ofrece Cádiz desde el mar (…). Cuando se empieza a vislumbrar desde lejos los altos miradores y los altos pináculos de cerámica vidriada, parecida a la China, que adornan los pretiles de las azoteas, estas aéreas estructuras, fundiéndose a veces con el lejano brillo de las olas produce el efecto de una ilusión mágica”.
Eugene Delacroix. Visita Cádiz en 1832. Comentario en su diario.
“Hay claro de luna. ¡Qué hermosas las torres bajo la luz lunar !”
Antoine de Latour. La Bahía de Cádiz. 1857
“Cádiz es una nave de piedra anclada en medio del océano (…). Las casas(…). la mayoría de ellas acaban en una azotea donde se levanta un pequeño mirador. A él subía, en otros tiempos, el comerciante impaciente para descubrir a lo lejos sus naves que regresaban de América; pero hoy ya no es la esperanza la que sube los escalones sino la nostalgia de un pasado perdido para siempre”.
Edmondo de Amicis. Spagna. 1872
“Cádiz parece una isla de yeso. Es una gran mancha blanca en medio del mar sin una sombra oscura, sin un punto negro, una mancha blanca tersa y purísima(…). Cádiz es la ciudad más blanca del mundo(…). Tenía una carta de recomendación para nuestro cónsul, fui a llevársela y me condujeron hasta él, que se encontraba en lo alto de una torre desde dónde se podía abrazar con una mirada toda la ciudad. Fue una nueva y viva maravilla. Cádiz vista desde lo alto, es blanca, toda blanca y purísimamente blanca como se ve desde el mar. En toda la ciudad no se ve un techo, cada casa está cerrada por arriba por una azotea rodeada por un parapeto blanqueado, casi en cada azotea se alza una torrecita, también blanca, coronada por otra azotea, o una pequeña cúpula, o una especie de caseta del centinela(…). Cada casa parece construida para ser usada como observatorio astronómico”.
Invitación.
Desde Euskádiz os invitamos a que deis un relajado paseo por Cádiz descubriendo algunas de las más de 120 torres que aún permanecen impasibles al paso de los años, aunque la estrechez de las calles las hagan a veces pasar desapercibidas. Y para contemplarlas todas, incluso aquellas que se obstinan en permanecer ocultas, como es el caso de la singular Bella Escondida, os recomendamos que subáis a La Torre de Tavira, la que fue la torre vigía de la ciudad.
Fuentes:
Las torres – miradores de Cádiz. Juan A. de la Sierra Fernández. Caja de Ahorros de Cádiz.1984
La Bahía de Cádiz de Antoine de Latour.(Traducción y notas Lola Bermudez e Inmaculada Díaz.
Diputación de Cádiz. 1986.
La Andalucía de los libros de viajes del Siglo XIX. Manuel Bernal Rodríguez . Biblioteca de la Cultura Andaluza.
Texto e imágenes de J. dos García
Obra bajo licencia Creative Commons
La verdad es que encima de nuestras cabezas en Cádiz tenemos un gran patrimonio arquitectónico e histórico.
Todos deberían conocerlos,pero desgraciadamente,pasa desapercibido.
Felicidades por el post.
Un saludo.