En tiempos remotos, al del sur del Sur, entre las ensenadas gaditanas de Barbate y Conil de la Frontera, afloraba un islote de piedra arenisca batido por las olas. Las derivas litorales de poniente y levante en su labor constante de depositar los sedimentos, hicieron posible su comunicación con la tierra firme, dando origen al accidente geográfico conocido como tómbolo, en el que se asentó el Faro de Trafalgar.

 

En fechas recientes, gracias a la invitación de nuestro buen amigo y colaborador de Euskádiz, Jesús Oliden, hemos visitado este faro que corona el punto más extremo del Cabo de Trafalgar, construido entre los años 1860 y 1862 bajo diseño del ingeniero Eduardo Saavedra y Moragas. Nada más abandonar el coche, se nos mostraba altivo en su pedestal natural, con un blanco resplandeciente que a esa hora de la mañana contrastaba con las sombras que proyectaban en su fuste los contrafuertes con los que lo reforzaron en 1929.

Vista del Faro de Trafalgar

Tuvimos la suerte de contar en la visita con Luis Cernuda, la persona que mejor lo conoce, ya que además de encargarse de su mantenimiento lleva media vida habitándolo. Hombre mesurado, con amabilidad en el trato, que en cada respuesta a nuestras curiosidades transmitía el amor por su entrañable profesión de farero. Llegados al recinto del faro y en un rincón de la zona ajardinada, un gran enebro hace las delicias de nuestro anfitrión, dado que lo plantó con sus manos nada más llegar a este destino.

EnebroEn el edificio base y tras atravesar el vestíbulo decorado con bellos azulejos sevillanos, que da paso a la vivienda y a los alojamientos de los equipos auxiliares, accedemos a la escalera de caracol de la torre. Subimos pausadamente sus 134 escalones deteniéndonos en cada una de las pequeñas ventanas ubicadas en los descansillos, para contemplar la perspectiva que se nos iba brindando del singular paisaje.

La llamada cámara de servicio, lugar donde acabó esta escalada, aparecía en perfecto estado de revista, con la maquinaría perfectamente conservada a pesar de haber sido fabricada en Francia en 1926, según reza en una artística placa de fundición de bronce.

Por una pequeña escala subimos a la linterna, donde su acristalamiento dejaba entrar a raudales la luminosidad de esta mañana primaveral, a la vez que nos ofrecía una visión aérea espectacular del entorno dado que estábamos a más de 30 metros de altura.

El lento giro del sistema óptico nos permitía admirar este prodigio industrial de grandes lentes de vidrio talladas en anillos concéntricos, los cuales consiguen que la luz de las lámparas se amplifique haciéndose visible a gran distancia.

Vista de Caños de Meca desde el Faro

De vuelta nos paramos en el balconcillo que rodea el fuste para de manera sosegada disfrutar con la contemplación del grandioso entorno. El mar ofrecía su cara más apacible luciendo un azul intenso, guiño de invitación a un baño de inicio de temporada. A ambos lados del faro, en la línea litoral, disfrutamos con la visión de muchos kilómetros de paradisíacas playas de arenas rubias, en la mayoría de los casos desnudas de aditamentos superfluos y con nombres tan evocadores como Zahora, Caños de Meca, La Aceitera…Y que decir de la visión de nuestro querido Pinar de la Breña que, en lontananza, parecía un manto verde que se deslizara hasta el mar.

Aún fascinados con el paisaje volvemos sobre nuestros pasos con la grata experiencia de haber visitado las entrañas de lo que fue, en los ya lejanos estíos, el tótem de un idílico lugar de libertad.

 Texto e imágenes de J. dos García

Obra bajo licencia Creative Commons

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