Si algo hemos echado de menos durante estos meses de confinamiento han sido los bosques, el monte, la naturaleza. Mientras se abrían tiendas, peluquerías y terrazas sobredimensionadas, resulta que ir al monte debía de resultar muy peligroso para la salud. En fin, hemos vuelto. Y la sensación de libertad ha sido tremenda.

En pocos días hemos recuperado nuestra relación con el mundo. Una escapada furtiva con Jesús por las rutas y veredas que nos enseñara nuestro maestro Pepe Nieto, por los alrededores de Benamahoma, en el corazón de la Sierra de Grazalema, y otra a los Alcornocales, guiado por Antonio Gutierrez “Guti”, ese buen amigo que me enseñó a estar en el bosque y en la naturaleza y a relacionarme con ellos de una manera tan diferente.

Alrededores del Hondón, con el cerro de las Cuevas a la izda.

Las lluvias primaverales y la escasez de senderistas han provocado que el bosque presente un aspecto exhuberante, donde las pequeñas veredas han sido engullidas por una vegetación imparable. Es primavera tardía, pero el verde se manifiesta todavía brillante y multicolor. «Tots els colors del verd«, como en aquella canción que Raimon dedicara al País Vasco.

Primavera en el P.N. de Los Alcornocales.

1. Por las veredas de Pepe Nieto. La Sierra de Grazalema.

El benamahometano Pepe Nieto nos ha enseñado mucho. A entender la vida y nuestra relación perdida con la naturaleza. Una relación muy diferente a la que urbanitas y ecologistas de última hora nos muestran en estos días posmodernos. Es una relación profunda, ligada a la supervivencia, a una naturaleza de la que formamos parte y hemos abandonado brutalmente.

Castillo de Aznalmara y La Silla. Sierra de Grazalema.

El bosque de la Sierra de Grazalema. Cerca de Benamahoma.

Con él conocimos estos parajes, los manantiales inaccesibles, las huellas y restos de animales escurridizos, toda la rica variedad de la vegetación del bosque mediterráneo, y esas veredas fantásticas que solo los lugareños practican. Por una de las rutas que en su día nos guiara nos perdimos Jesús y yo un día de éstos, prácticamente sumergidos en la vegetación. Entre quejigos y encinas, entre madroños y lentiscos, entre aulagas, jaras y acebuches. Para recuperar la libertad perdida.

Sumergidos en la vegetación.

Entre Jaras.

2. El bosque de Antonio. El P.N. de Los Alcornocales.

Pocos días después me invitó mi buen amigo Antonio Gutiérrez a una salida con su amiga Ana por Los Alcornocales, ese magnífico bosque que atraviesa de norte a sur la provincia de Cádiz y que resulta un tanto desconocido por el carácter privado de muchas de sus fincas. Con Antonio aprendí otra manera de estar en el bosque, en la que el tiempo y la meta dejan de existir para dar paso a una forma de estar diferente, en el bosque y en el mundo. Antonio no entiende de caminos y veredas que lleven a destinos definidos. Lo suyo es descubrir, la aventura, lo incierto.

Garganta del Viguetón. P.N. de Los Alcornocales.

P.N. de Los Alcornocales.

Areniscas y alcornoques.

Es primavera en los Alcornocales.

El paisaje de Los Alcornocales es una combinación de arroyos inaccesibles, más conocidos como “canutos”, escondidos bajo afiladas y enormes lajas de arenisca de formas imposibles, y rodeados de una exhuberante vegetación donde predominan el alcornoque y el quejigo (roble), con sus bellos portes en forma de candelabro, fruto de podas programadas para la producción de madera para barcos.

Helechos y rododendros en el canuto.

Chorrera en la Garganta de la Hoya.

Quejigo (roble), con porte de candelabro.

No ha podido ser mejor el regreso. Esperemos que las temperaturas sigan suaves y podamos estirar algo más la temporada, bruscamente interrumpida en marzo.

Entre helechos y alcornoques.

Fotos: Jesús Oliden y Ana Gutiérrez

Antxón Urrestarazu Echániz

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