He vuelto a leer tras muchos años “Las inquietudes de Shanti Andía” (1911), obra de mi paisano donostiarra Pío Baroja, ansioso por recordar las andanzas del protagonista en tierras gaditanas, algo que puede sorprender inicialmente, y que encuentra explicación si conocemos el parentesco familiar de Baroja con una saga de marineros que tuvieron en Cádiz su centro de operaciones durante el siglo XIX: los Goñi y Alzate. Tengo que agradecer a Ángel Veas, amigo y colaborador de Euskádiz, y a su amigo Emilio que me recordasen, tras el reportaje sobre los güichis de San Fernando en este mismo blog, que también Shanti Andía visitó estos establecimientos en la novela barojiana por excelencia.

 

shanti-andia-euskadiz

Fuente: Samarcanda

No voy a referirme a los aspectos relacionados con la novela, a su contenido, que forma parte del ciclo dedicado por Baroja al mar y los marineros, así como a su importancia en el ámbito de las narraciones de marinerías. En la introducción escrita por su sobrino Julio Caro Baroja a la edición de Cátedra y en el prólogo escrito por Miguel Sánchez-Ostiz, encontraréis abundante información complementaria al respecto de la obra y sus circunstancias.

Los comienzos de Shanti Andía en la Bahía de Cádiz.

He contado hasta 46 ocasiones en que aparece en el libro Cádiz, por 14 de San Fernando y en menor número las localidades cercanas de Rota, Puerto Real, El Puerto, Jerez, Chipiona o Grazalema. El capítulo gaditano de las Inquietudes nos presenta a Shanti Andía tutelado por Ciriaco Andonegui, alter ego de su tío abuelo Justo de Goñi y Alzate, capitán de una fragata de la derrota Cádiz-Filipinas y quien le apadrinará como agregado en “La Bella Vizcaína”, al que describe con una silueta vasco-gaditana: «Hablaba con un acento entre vascongado y andaluz, intercalando palabras filipinas. Había estudiado en Vergara y sabía tres cosas no muy frecuentes entre los marinos mercantes: sabía latín, sabía bailar y sabía hacer versos». Le encuentran alojamiento en San Fernando, donde estudiará para piloto y se aloja en una casa de huéspedes de la ciudad. Más adelante dejará la ciudad para irse a vivir a Cádiz.

El enamoramiento de Shanti.

Nuestro protagonista se va a enamorar de Dolorcitas. Tras visitar a los Cepeda, importante comerciante casado en segundas nupcias con la vizcaína Hortensia, quien tiene una hija vasca de su primer matrimonio con Menchaca, el vasco quedará prendado de la joven muchacha y vivirá un romance fracasado: «Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana». Baroja nos describe las características de las casas de la burguesía gaditana, también conocidas como casas de Cargadores y su peculiar arquitectura, y concluye: «después de recorrer la casa subimos a la azotea y estuvimos contemplando la bahía de Cádiz, inundada de sol, llena de fragatas, de bergantines y de goletas…..íbamos al miramar».

Los colmados de montañeses.

Hasta en cuatro ocasiones visita Shanti los colmados o ultramarinos de montañeses, típicos establecimientos gaditanos promovidos por cántabros y gallegos que se extendieron por la bahía de Cádiz, algunos de los cuales sobreviven todavía. Junto a la actividad de venta de ultramarinos, disponían de una barra o local para el consumo de bebida y comida. «el viejo capitán me llevó a un colmado de la misma calle de la Aduana, llamó al dueño, un montañés…Tráigase usted una botella de manzanilla de Sanlúcar y unas aceitunas». En otro momento de la novela vuelve a visitarlo: «Entré en una tienda de montañés, pedí pescado frito y vino blanco. Comí y bebí en abundancia. Estos colmados andaluces resumen el carácter de la región: son pequeños, pintorescos y complicados. Salí del colmado, fui a un café de la calle Ancha….» 

Paseos por Cádiz.

Aunque en la novela se perciben contradictorias emociones en relación con el sur, más en función del ánimo del protagonista, la descripción de Cádiz y su entorno está llena de bellas imágenes:

 

«A la vuelta dimos un paseo por la calle Ancha y la plaza de Mina, y nos volvimos a casa».»Las tardes de domingo solíamos ir a la Alameda de Apodaca…..contemplábamos la bahía de Cádiz, tan azul; allá lejos, Rota y Chipiona brillando al sol con sus caseríos blancos; luego, la costa baja formando una serie de arenales rojizos hasta El Puerto de Santa María, y en el fondo los montes de Jerez y de Grazalema…dando la vuelta a una punta que, si no recuerdo mal, se llama San Felipe».

 

Las últimas emociones.

Ya de regreso de un largo viaje, tras dos años y medio fuera de Cádiz y habiendo perdido toda esperanza en su enamorada Dolorcitas, su estado de ánimo le lleva a escribir las páginas más líricas y melancólicas, las últimas antes de su partida definitiva:

«Entramos en la bahía de Cádiz una mañana de invierno, con un sol espléndido. Sentí una gran alegría; allí estaban Chipiona y Cádiz con sus casas blancas como huesos calcinados; allá estaban el castillo de San Sebastián y la Caleta». «El caserío de Cádiz se desarrollaba ante mi vista, sus casas blancas sin alero, la catedral con sus dos torres y su cúpula dorada, las azoteas con sus torrecillas como minaretes y algunos de esos lienzos de pared blancos, con dos tres ventanas pequeñas…Tenía ganas de……pasear por aquellas murallas con sus garitas, sus baluartes y sus cañones, de ver el hermoso golfo de Cádiz”. «Me empezaba a encontrar bien allí; llevaba una vida ligera y alegre. Paseaba mucho, me encantaba el pueblo, sus plazas alegres, sus calles rectas; contemplaba las casas blancas de miradores enormes, las iglesias también blancas, y recorría la muralla al ponerse el sol».

Un final operístico.

Las últimas horas en Cádiz transcurrían entre la melancolía y la espera de un embarque definitivo hacia otras tierras. Nada representaba mejor el pequeño drama que vivía, que la ópera que tuvo ocasión de escuchar en el teatro, en una época en que este género tenía en la ciudad una gran actividad: «En el teatro había ópera, y más de una vez de pie, en el palco, junto a ella, se me arrasaron los ojos de lágrimas oyendo al tenor en Lucía, aquello de “Tu che a Dio spiegasti l’ali». Por supuesto, hablamos de la magnífica ópera Lucia de Lammermoor, de Donizetti. Una de mis favoritas. No os la perdáis.

Antxon Urrestarazu

imagen de cabecera: Samarcanda

Obra bajo Licencia Creative Commons

Nota: Algunos comentarios que nos dejasteis en nuestro antiguo blog y que no queremos perder:

11/05/2013. Anónimo dijo: Como «guiritano» (adjetivo que oí un día en Casa Manteca y del que me apropié) y como donostiarra, felicidades al autor del trabajo. La melancolía barojiana se me va yendo con la explosión de luz gaditana, pero al leerlo me ha producido un rebrote ñoñostiarra. Muchas gracias.