En un periplo por las tres provincias vascas, el tiempo pasó más veloz de lo esperado y, a pesar de estar en Zarautz, a pocas decenas de kilómetros de Hondarribia, de las recomendaciones de las guías turísticas y, de la más fiable, la de mis amigos vascos-gaditanos, no pude visitar esa pequeña joya situada al noreste de la provincia gipuzkoana.

 

Cuando un viaje posterior a Navarra llegó a su fin en el pueblo pirenaico de Isaba, decidí que, antes de poner rumbo al sur, tenía que realizar aquella visita que me quedó pendiente en Euskadi.

Donde menos se espera

Llegado a Hondarribia, me dispuse a buscar un lugar tranquilo donde parar el coche y  consultar en mis notas las direcciones que había seleccionado como potenciales alojamientos en la ciudad; una calle tranquila de una zona residencial salpicada de chalets fue el lugar idóneo. Nada más parar, observé que en la puerta de una de aquellas residencias, bajo el discreto rótulo de Villa Lorenea, un pictograma azul con la letra H en el centro, daba información de que allí había un hotel. Sin reprimir mi curiosidad me acerqué al establecimiento, que resultó ser un coqueto y tranquilo alojamiento de seis habitaciones, con el plus añadido de la cordialidad de las dos hermanas que regentaban el negocio. Conclusión: la supuesta parada corta se hizo estancia.

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El lugar donde el río se hace mar

Con el sosiego que da el buen comienzo de cualquier actividad y el complemento de un luminoso día de otoño, inicié la visita a la ciudad paseando por el Barrio de la Marina. Las  casas tradicionales hondarribitarras me sorprendieron por su singular atractivo, donde sus balcones pintados de atrevidos colores parecen competir con los de las cuantiosas flores que los adornan.

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Al bajar por una de sus calles apareció el Río Bidasoa que, a esta altura, se siente mar al formar la Bahía de Txingudi. Estaba esplendoroso y remansado, despreocupado de las  numerosas embarcaciones que se aposentaban en sus fondeaderos o lo navegaban. Ya ha olvidado tantos avatares belicosos a lo largo de la historia por ser frontera natural con Hendaya (Francia). Hoy sus aguas unen a los que antaño separaban.

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Me dispongo a cruzarlo en una de las pequeñas motonaves destinadas al efecto, quizás  por el placer de sentir el mar de cerca, quitándome el punto de nostalgia que sentimos  los que vivimos a su lado y nos alejamos de él, aunque sea por poco tiempo. La experiencia resultó gratificante.

Con historia y encanto

hondarribia-euskadizNunca imaginé que el Casco Viejo tuviese rincones tan espectaculares como para hacer que mis expectativas se fuesen superando al tiempo que los recorría. Penetré por la puerta de Santa María, en el magnífico recinto amurallado, desde donde las calles empedradas de trazado medieval me condujeron hasta la recoleta Plaza de Gipuzkoa.

Me causó admiración que casonas barrocas como la Casadevante y palacios blasonados como el de Zuloaga, maridaran de manera armónica con las alegres casas multicolores similares a las del Barrio de la Marina.

Deambulé por calles encantadoras, encontré monumentos notables como la bella Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la  Asunción y del Manzano, de estilo gótico; o el sobrio Castillo de Carlos V, hoy convertido en Parador… y para qué seguir pormenorizando, si toda la  primitiva villa es un monumento.

Cuando visitéis la zona norte de nuestro mítico territorio Euskádiz no dudéis que, entre los innumerables lugares maravillosos que podréis encontrar, Hondarribia será sin duda uno de ellos.

Juan dos García

Obra bajo licencia Creative Commons

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