Quienes conocen el entorno de la Bahía de Cádiz han podido observar como su liso horizonte marismeño se ve interrumpido en algunos lugares por grandes pirámides de sal. Las salinas gaditanas  han sido  explotadas de manera profusa desde hace más de 3000 años, aunque en la actualidad es un negocio que , por causas diversas, atraviesa una profunda decadencia, de ahí el abandono de muchas de ellas, o su reconversión en piscifactorías. Suele ser una sorpresa para muchos el descubrir que existen unas salinas en la provincia  a un centenar de kilómetros del mar, en la Sierra de Grazalema, a escasa distancia del bonito pueblo de Prado del Rey.

 

Apunte histórico.

Nos referimos a las salinas antaño conocidas como de Raimundo y rebautizadas por José Antonio García, descendiente de aquel, como Salinas Romanas de Iptuci.

Esta denominación la tomó del llamado Yacimiento de Iptuci, situado en el Cabezo de Hortales, cerro que se yergue en la cercanía de estas salinas y que, según los contrastados estudios de los vestigios encontrados, el asentamiento humano dio comienzo en el neolítico, continuó en la Edad del Cobre y del Bronce, alcanzando su máximo apogeo en la época en que fue la ciudad ibero-romana de Iptuci; la posterior  destrucción en 1133 de la ciudad-fortaleza musulmana, por las razias cristianas de Alfonso VII de Castilla, supuso el fin de dicho asentamiento.

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Varias son las razones por las que el Cabezo de Hortales tuvo una continuidad en su asentamiento: su cumbre en meseta, que facilitaba las construcciones, su situación geográfica y considerable altitud que permitía a sus habitantes el asegurarse una estratégica defensa, la abundancia de agua, así como el acceso a manantiales salinos, factor clave para el origen de las cercanas salinas, dada la necesidad que ha tenido la humanidad, en el devenir de su historia, de contar con la sal como condimento alimenticio  y sobre todo para la conservación de las carnes y pescados.

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La visita a las salinas de Iptuci

José Antonio nos espera a la entrada de sus  salinas, ya que previamente le habíamos anunciado nuestra visita; tras las protocolarias presentaciones se dispone a mostrarnos sus propiedades. Desde un pequeño talud, acotado por una balaustrada de troncos, a modo de mirador, desde el que se domina toda la finca y el bello entorno circundante, nuestro “guía” va desgranando su disertación sobre la extracción de la sal, de manera  sencilla, desnuda de tecnicismos farragosos y con la soltura de quién conoce a la perfección la materia de la que habla, entrelazándola con las vivencias de su niñez en las que aprendió de la mano de sus mayores, como si de un juego se tratase, este arte ancestral.

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A instancia de nuestro anfitrión, durante el recorrido por las instalaciones, comprobamos la salinidad con que surgen las aguas del manantial que alimenta a las salinas, tras atravesar materiales del período Triásico de composición margo-arcillosa con grandes contenidos en yesos y sales solubles, antes de emerger a la superficie. Este manantial, según comenta, mantiene constante la salinidad, temperatura y caudal, no teniéndose noticias de que en algún momento se  hubiese secado.

Mientras continúa explicándonos el proceso de producción, contesta solícito al batiburrillo de cuestiones que le planteamos, deteniéndose para mostrarnos las diferentes calidades del producto y todo aquello que pudiera ser de nuestro interés.

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Tenemos la oportunidad de ver como los operarios trabajan con unos aperos que no han  variado con el correr de los siglos: zoleta (como denominamos por estas tierras a la azada) para partir las láminas de sal, rastrillo para amontonarla, carrillo de manos para su transporte y pala para llenar los envases. El agua salobre y el sol, junto al esfuerzo y la pericia de estos salineros, hacen posible la consecución de un producto totalmente natural exento de aditivo.

Tras pasar por la pequeña tienda, donde  Juan Antonio ofrece sus productos, nos despedimos de este joven pradence, artífice de la recuperación de este histórico lugar al que ama con pasión y lucha con denuedo para mantenerlo.

A modo de epílogo.

salinas-romanas-iptuci-euskadizNos hemos aficionado a descubrir los muchos vínculos y semejanzas que existen entre los dos territorios que conforman Euskádiz, un ejemplo de ello son las salinas del Valle Salado de Añana en Álava, cuya manera de extraer la sal, mediante manantiales salobres  a nivel de superficie de manera natural y continua, se asemeja a las que acabamos de visitar en el sur. Tened por seguro, que las del norte también las visitaremos y os lo contaremos.

Fuentes:

  • La explotación de sal continental como motor del poblamiento en la Antigüedad. Ejemplos etnográficos en el entorno de Cabeza de Hortales, ciudad de Iptuci (Prado del Rey, Cádiz). Santiago Valiente, Francisco Giles, José Mª Gutiérrez, Juan Cano, Lorenzo Enríquez. Edita: XIII Congreso internacional sobre patrimonio geológico y minero.

Juan dos García

Obra bajo licencia Creative Commons

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