El cambio de denominación del  Museo de la Piel de la localidad gaditana de Ubrique por el de Exposición Permanente «Manos y Magia en la Piel», ubicada en el antiguo Convento de Capuchinos, nos ha hecho recordar la visita que realizamos recientemente a este singular espacio, donde se nos muestra la relación que ha mantenido esta localidad serrana con la piel desde tiempos remotos.

 

Muchos lustros antes de que el mundo de la publicidad descubriese que una sola frase podría servir para resumir las excelencias de algo que promocionar, “Ubrique de las Petacas” ya era la expresión que situaba a esta villa en el mundo, dada la calidad de sus petacas (estuche de piel que se utilizaba para llevar el tabaco de liar), de las que existe documentación desde el siglo XVIII.

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La petaca, y su complemento natural, el preciso (pequeña bolsa de cuero que colgaban los hombres de la correa del pantalón portando el eslabón, el pedernal y la yesca seca para encender el cigarro o hacer fuego), se comenzaron a fabricar en pequeños talleres a los que llamaron petaquerías.

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Los artífices del milagro

Varias son las generaciones de ubriqueños/as que, con su trabajo, han contribuido a engrandecer lo que hoy es la gran industria de la piel, adaptando su arte a las demandas del siempre cambiante mercado.

Y hay que destacar, en primer lugar, el decisivo papel jugado por las mujeres, desde sus comienzos, en el desarrollo de la marroquinería ubriqueña; antes de la aparición de las máquinas industriales, resultó imprescindible su importante labor de cosido de la piel, realizado de forma manual con imposibles puntadas milimétricas y uniformes, efectuadas con herramientas básicas que realzaban de manera notoria la calidad de los objetos fabricados. Esta singular faena la desarrollaban en sus casas, compatibilizándola con las del hogar. Hoy, las mujeres siguen contribuyendo al desarrollo de esta industria en igualdad con los hombres, trabajando en todas las fases productivas en los distintos centros fabriles.

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Mención especial merecen también aquellos abnegados viajantes que, recorriendo innumerables kilómetros en los precarios medios de transporte de la época y cargando con un abultado equipaje de muestrarios y catálogos, introdujeron las creaciones en piel en los mercados nacionales e internacionales. El país vasco no estuvo ajeno a la llegada de estos representantes llegados desde la Sierra de Cádiz y muchos de ellos guardan cientos de historias de su experiencia vasca.

El placer del retorno

Volveremos pronto a esta laboriosa tierra, donde el cadencioso golpeteo de la patacabra (herramienta que se utiliza en el lugar para alisar la piel sin estropearla), es la banda sonora de su progreso. Deambularemos por las blancas callejuelas del casco antiguo y contemplaremos las maravillosas vistas de la también llamada Villa de las Cien Fuentes desde sus miradores.

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Visitaremos sus numerosos y preciados monumentos…Y para rematar nuestra estancia, qué mejor lugar que el interesante museo que ha cambiado de nombre, donde su impulsora y alma, Maribel Lobato, nos trenzará con su acostumbrado apasionamiento múltiples historias sobre el arte marroquinero que tan bien conoce, así como acerca de aquellas personas que durante tanto tiempo lo han hecho posible.

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Juan dos García

Obra bajo licencia Creative Commons

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