Hay marcos imcomparables de los que solo disfrutas en todos sus matices si te ha tocado trabajar en ellos y eso me pasó a mí con el paraje de Santa Lucía (ver mapa), en Vejer de la frontera. En esta pedanía se encuentra una construcción romana en forma de acueducto y cinco molinos de agua (Miraflores, Garrobo, Batán, Hoyo y Santa Lucía) hoy en desuso, cuya función hace décadas fue la de moler el trigo aprovechando las aguas del manantial de La Muela. Distintas intervenciones llevadas a cabo por Escuelas Taller han intentado poner en valor esta ruta, recuperando las antiguas construcciones y haciendo más visible esta joya que, con el pasar del tiempo, vuelve a engullirse la exhuberante vegetación del paraje.

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El paraje de Santa Lucía.

A principios de junio Euskádiz estuvo en Vejer para acompañar a los amigos del Restaurante Trafalgar en la inauguración de Trafalgar Tapas, sitio del que os hablaremos en otra ocasión. De mañana, antes de subir a Vejer y sin otro rigor más que el que manda en los sentidos sugerí a Antxón y Arantza enfilarnos al paraje de Santa Lucía, intentando guiarme por la memoria más que por las señales, contando a Arantza que allí había contemplado cómo crecían las calas más grandes, que allí vi por primera vez el fruto de una costilla de Adán, que si la humedad, las nieblas a primera hora de la mañana o las vistas limpias de Vejer desde lo alto del acueducto, las mejores tostadas acompañadas de un café de puchero, el frescor de patio recién regado, las moras de zarza, las hierbas olorosas, los mantos de campanillas y la casita del “guiri” que no pude encontrar, el paseo por la galería herbacea que formaba el cauce del agua hacia abajo, hacia el primer molino, la fiesta del 13 de diciembre alrededor de la matanza del cerdo; y así innumerables detalles que habían anidado desordenados en mi memoria.

santa-lucia-vejer-euskadizComo si del descubrimiento de un Macondo exhuberante y andaluz se tratase, así llegamos al paraje del microclima, del agua en abundancia y sus significados, de las pozas de agua helada y de mi recuerdo de los dos burros que compramos en la primera Escuela Taller que allí se organizó, Cañita y Bienvenido, para transportar el material de construcción hasta lo más alto del acueducto.

Por entonces, y fascinado por el entorno, mi amiga Nieves alimentaba mis fantasías con la búsqueda de orígenes paganos del nombre del paraje, me hablaba de los ojos de Santa Lucía relacionándomelos con el agua y las fuentes, orígenes más amables que la versión cristiana, que nos cuenta que Santa lucía de Siracusa, de la provincia romana de Sicilia, fue educada en la fe cristiana, consagró su vida a Dios e hizo un voto de virginidad; acusada por su pretendiente de practicar el cristianismo fue martirizada y, así, convertida en martir de la iglesia católica. Otra versión pagana, encontrada estos días, nos habla de su relación con la llegada del solsticio de invierno.

Lucía significa luz para el mundo; agua para mí, aquella misma agua que proviene de los manantiales de La Muela y riega los huertos que se desparraman por doquier. Esa otra luz, cegadora en el más amplio sentido de la palabra, la encontramos, horas más tarde, en los muros blancos de Vejer de la Frontera.

santa-lucia-vejer-euskadizDe mis dos años de trabajo en el sitio, recuerdo también las tareas de reconducir el agua, abrir senderos, plantar taludes y curar heridas al monstruo que se alzaba entre la espesura (el acueducto), para que luciera enorme y exento, para que anunciara su pasado a todo visitante, para seguir regando huertas y animando a los cañaverales que anuncian el agua. Los saltos de agua provocados por rotos en la conducción general del acueducto improvisaban pequeñas cascadas bajo las que se refrescaban visitantes ocasionales y recurrentes.

Recordando el impresionante Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, diría que el amado también plantó aquí sus bosques y espesuras y dejó preparado el lecho para degustar el mosto de granados. Ya digo que fue el sueño y la fiebre de los recuerdos lo que provocó esta parada tempranera en Santa Lucía y lo que me hizo, sin pensarlo dos veces, subir hasta lo más alto del acueducto, sorteando higueras enraizadas en sitios imposibles, arbustos y maleza, sin deparar en todo lo nuevo o en lo que ya no estaba, deseando encontrarme arriba, abriendo los brazos en cruz justo en el filo de la caída más alta del agua, a donde ya no se podía acceder (y se entiende por qué) pero yo me colé a buscarlo.

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Tanto esfuerzo y trabajo se merece una recompensa en forma de mantenimiento. Por algo, antes que Vejer fuera archiconocido, exitoso pasto de revistas de viajes, algunos ojeadores extranjeros ya habían puesto sus ojos en aquel hueco “de donde mana el agua y corre pura” y donde uno se encuentra rodeado de juncos, campanillas, higueras, algarrobos, cañas, lentiscos, granados, zarzas y acebuches, entre otras especies.

Para tener una visión mucho más clara de lo que es el entramado de molinos de agua y la maravilla de la que se podía disfrutar con ese mantenimiento necesario, os enlazo a un reportaje de fotos realizado en octubre-diciembre de 2010. El site se llama «El Blog de Manuel» y no puede reflejar mejor el trabajo que se ha venido haciendo en los molinos y su entorno para el disfrute de todos los visitantes.

La Venta El Toro.

santa-lucia-vejer-euskadizHablar de Santa Lucía es hablar también de la Venta El Toro, primer sitio en el que recalamos nada más dejar el coche, construcción tradicional de la zona con cubierta a dos aguas de paja castañuela. Este es otro de los sitios de buen recuerdo. María Luisa nos recibió con amables palabras y con un “lo que os puedo poner son unas tostadas de pan de campo, mermelada casera, aceite, tomate, manteca colorá y un café de puchero”.

Claro que sí, nos apetecía decir, es precisamente eso lo que veníamos a buscar. No hay sabores que me transporten más a la infancia que los de la manteca colorá y el café de puchero. Y éste, por cierto, coincidimos los tres, estaba estupendo.

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En el interior de la venta nos esperaba la anécdota: de una de sus paredes colgaba la copia de un recorte de periódico con fecha 25 de junio de 1906 que anunciaba el paso por allí de un ingeniero de origen vasco llamado Waldo Aspiazu, llegado hasta Vejer para dirigir los trabajos de instalación eléctrica y alumbrado de la localidad.

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A la sombra, en la terraza de la venta, desayunamos entre macetas, charla tranquila y silencios levemente rasgados por el murmullo del agua corriendo por las acequias. La primera vez que comí aquí, el Antonio que yo recordaba y que regentaba la venta, nos puso un pollo de campo en dos versiones: en salsa y con arroz. Por la tarde tuvimos la oportunidad de saludarlo y fotografiarnos con él. Nos contaba, con tranquila sorpresa, la de gente que ahora visita su venta, “hasta el José Andrés ese, el cocinero”. Y es que la venta El Toro, con María Luisa en la cocina y ahora Nono, su hijo, a la cabeza, deleita a todo aquel que se acerque con la sencillez de la comida de toda la vida: unos huevos fritos con papas o con el guiso del día. ¿Quién se resistía a volver, tras nuestra subida a Vejer, y probarlos?

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Hacia media mañana subimos al cada vez más bello y cuidado Vejer. Como objeción, no vendría mal que los comercios de souvenir prescindieran de sacar a la calle todo tipo de “recuerdos típicos” andaluces  que adornan inoportunamente sus exentas y blancas calles. Vejer es auténtica, no es un escenario de cartón piedra.

08-santa-lucia-vejer-euskadizRefrescamos nuestras gargantas, paseamos largamente e hicimos parada en la Plaza de España, o “de los pescaitos” a tomar el aperitivo con los amigos.

Volvimos al recuerdo del agua y bajamos a la profunda frescura del pozo que para nosotros era Santa Lucía. Allí almorzamos, cómo no, unos huevos fritos con papas.

Alberto Reina

Obra bajo Licencia Creative Commons.